Al principio, sólo la Iglesia concientizaba sobre el virus: obispo de Tlapa

Tlapa de Comonfort, Guerrero.- Está por iniciar el cuarto mes de la pandemia de COVID en México, los datos oficiales reportan más de 220 mil contagios y más de 27 mil muertes por la pandemia y, sin embargo, la dificultad de concientizar a muchos grupos ciudadanos sobre los riesgos a la salud sigue siendo agenda dolorosa para la Iglesia.

Sobre los municipios de la Diócesis de Tlapa, el obispo Dagoberto Sosa sintetiza en entrevista par VCNoticias: “Es un tiempo difícil, con mucha incredulidad… lo vemos con los mercados saturados, las calles repletas; al principio de la pandemia, sólo la Iglesia estaba anunciando con altavoz las medidas de higiene y de distanciamiento social”.

Sin embargo, con el pasar de los meses, la realidad se impuso. Por ello, el pasado 16 de junio, mediante fotografías de panteones junto a la frase “Mejor bajo techo que bajo tierra” el alcalde tlapense Dionisio Merced Pichardo ha querido concientizar a su localidad para evitar más contagio.

Aún varios poblados de región de La Montaña guerrerense dicen no creer en la información del gobierno y, con mucho pesar, el obispo Sosa lamenta que los líderes religiosos también sufren del escarnio de las personas que desdeñan al virus: “Es que no tienen fe, nos dijeron. Esa fue su primera reacción”.

El obispo refiere que aún ve muy pocas señales de preocupación y cuidado entre la gente; y aunque los casos de contagios y muerte tanto en Tlapa como en los municipios de la montaña se ubicaron como uno de los tres focos rojos del estado apenas algunos cambiaron su actitud:

“Hasta la fecha, los pueblos de la montaña se enojan, se molestan porque asumimos las medidas de higiene y la suspensión de misas con fieles. Tuvimos que cerrar la catedral porque la gente quería entrar sin observar cuidados y esa situación se vivió también en las parroquias: no todos los padres aceptaron las medidas de nuestro decreto que básicamente pedían implementar lo que recomendaban la Secretaría de Salud y el mismo episcopado”.

El obispo recomendó a los párrocos que implementaran medidas creativas para hacer participar a los fieles de la misa: ya fuera con altavoces en los campanarios para que la gente siguiera el rito desde sus hogares o mediante transmisiones de la misa por medio de las redes sociales. En esta opción, sin embargo, los sacerdotes debieron lidiar con la falta y las fallas de la red de internet en sus poblados o la carencia de dispositivos para realizar las grabaciones.

“Tanto el pueblo como los sacerdotes extrañamos las misas participadas, sentimos ausencia de los fieles, que repercute en todos los niveles y todos los aspectos, pero principalmente en la fe”.

La imposibilidad de celebrar misa con asistencia de fieles y la suspensión de celebraciones especiales en los templos también afectó económicamente a una diócesis de altas carencias: “La mitad de las parroquias de la diócesis pasan muchas necesidades y se sobrevive apenas de las limosnas porque no tenemos ninguna fuente externa de ingreso. Vivimos de lo que la gente nos da generosamente”.

El segundo mes de la pandemia, el obispo Sosa consideró necesario aceptar una subvención de la Comisión para América Latina de la Santa Sede: “Aceptamos el apoyo, alrededor de 60 mil pesos; lo que hice fue repartir el apoyo a los padres porque sé que no hay ingresos en sus parroquias, también adquirimos algunas pequeñas despensas como apoyo”.

Todo el panorama obliga a creatividad y respuestas emergentes; incluso para sobrellevar la crisis, el obispo ha recomendado a los pobladores de las zonas agrícolas volver a practicar el trueque pues la gente del campo tiene para el autoconsumo pero puede mejorar la variedad de su ingesta intercambiando con otras familias parte de sus cosechas. “La gente del campo come porque siembra. Les pedí que pusieran en práctica el trueque, pues así se pueden ayudar. Sin embargo, la mayoría necesita de pesos para comprar, para subsistir. Ojalá esta situación pase pronto, pero lo vemos difícil”.

Al final, el obispo Sosa Arriaga comprende que la responsabilidad de los pastores del pueblo debe enfocarse en animar la esperanza: “Es nuestro trabajo, de los sacerdotes y, sobre todo, de la gente más comprometida: estamos llamados a ser personas de fe, generadores de esperanza. Llamados a imbuir en nuestro pueblo esa fe y esa esperanza”.

“Entiendo la angustia del pueblo, y por ello tenemos que animar siempre a la familia, a las comunidades, a no dejarse llevar, a luchar y esforzarse”.

Dagoberto Sosa concluye recordando la misión de los católicos en estas comunidades de crisis: “Debemos vivir la exigencia radical de la vida cristiana. Seguir a Cristo en su principal enseñanza que es el amor, el perdón, la reconciliación y la paz. No caer en los errores de la violencia por seguir los estereotipos que nos marca la sociedad de desquite, venganza u odio; tenemos que acabar con eso y ser generadores de fe, de esperanza y de confianza… ayudarnos mutuamente en la medida de lo que podamos. Poner en práctica la caridad. Nuestro deber como cristianos es, si no subsanar carencias, sí socorrer y ayudar en la medida de nuestras posibilidades”.

“No debemos perder la confianza a pesar de las situaciones que nos abruman… quizá nos dé miedo el qué va a pasar porque persiste la violencia, la crisis y se anticipa una obscuridad respecto a lo económico, ciertamente parece que subirá el precio de todo, no habrá trabajo y se harán escasos los medios para subsistir; sin embargo, Dios no nos abandona”.

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